(por Antonio Arnáiz-Villena.
Edición y composición: Javier Alonso-Rubio)
El enorme territorio que cubre el desierto del Sáhara, con sus más de ocho millones de km2 es, sin duda alguna, el mayor de los yacimientos del planeta donde buscar huellas de nuestro pasado neolítico. Pues semejante arenal, casi infinito, tan sólo hace unos 10.000 años era una inmensa marcha verde muy adecuada para la vida humana. Con más de 6.000 kilómetros desde el mar Rojo hasta el océano Atlántico, y 1.500 kilómetros entre el Atlas marroquí y el Sahel, hubo allí, probablemente instalada en el último periodo glacial hasta su fin, una de las más densas poblaciones existentes.
POSTULADA MIGRACIÓN SAHARIANA. Las poblaciones mediterráneas antiguas están dentro de cuadrados. Las poblaciones de hoy día están dentro de círculos. Los kurdos (30 millones) viven en el área señalada con puntos rosados: Kurdistán. Véase Ref.1.
Paisaje montañoso de Tassili
N’Ajjer (Argelia)
En
este lugar paradisiaco, con una extensión mayor que los Estados Unidos o más de
diez veces la de España, yace a disposición de la ciencia una considerable masa
de objetos prehistóricos. Atractivo de por sí lo suficiente para llamar la
atención de muchos especialistas, pese a los numerosos inconvenientes que hasta
ahora presentaba a sus visitantes: hostil geografía, dificultades de
transporte, una administración militar (franceses, ingleses, italianos,
españoles), división política, y un largo etcétera. Lo que explicaría la
precariedad de los estudios, descubrimientos e investigaciones si se compara
con su enorme dimensión. No obstante, esa escasez no ha sido obstáculo, por
fortuna, para que la prehistoria del Sáhara sea conocida. Ciertamente que hay
lagunas en la cronología, faltan fechas en el Neolítico, ausencia de
estratigrafía (interpretación de las capas o niveles del terreno), a lo que se
añade la escasez de trabajos de campo. Sin embargo, los periodos fundamentales
se pueden establecer con casi absoluta fiabilidad. En la parte positiva, hemos
de coincidir con otros investigadores que el número de artefactos líticos,
puntas de flecha, bifaces, restos óseos, herramientas de piedra y cerámicas son
inagotables. Pero aún nos ha sido legado un tesoro mucho más valioso para el
conocimiento de la aurora de la civilización: un álbum con miles de páginas,
una biblioteca entera de imágenes, pinturas, grabados, frescos, relieves sobre
su entorno, fauna, creencias, vida cotidiana y evolución social. Además, claro,
la curiosidad de saber: ¿qué había sucedido en ese proceso de transición entre
un Sáhara verde y un Sáhara hiperárido?
Los
especialistas clásicos del norte de África, aceptan una aparición muy temprana
(V milenio a. C.) del Neolítico, la gran revolución humana. Otros prefieren la
palabra “explosión”, que convierte al hombre en un productor de alimentos, sirviéndose
de la agricultura, la ganadería y una serie de técnicas que, en un relativo
corto espacio de tiempo, le empujaría hacia una inexorable cadena de
descubrimientos que aún continúan en nuestros días. Por enumerar alguna de las
primeras actividades hablaremos de construcción de aldeas, cerámicas,
almacenaje de sus excedentes alimenticios, navegación a vela, progresiva
desaparición del nomadismo, etcétera. En definitiva, el nacimiento de las
primeras sociedades, que se documenta habitualmente en determinados puntos como
la meseta de Anatolia, Mesopotamia, Egipto, Siria y Palestina, lo cual no
quiere decir que fue allí donde se produjeron los cambios trascendentales que
llevaron en línea recta al periodo conocido como Neolítico.
Solamente
que en esas geografías han aparecido restos y yacimientos en buen estado de
conservación para su estudio. En nuestra opinión, el Sáhara tiene aún bastantes
sorpresas que dar en la datación de esa época de transición de la humanidad. Y
muchos prehistoriadores han encontrado en el Sáhara la “cuna de la agricultura”
y la ganadería. La discusión sobre esta teoría sigue viva, centrándose ambas
posiciones en el descubrimiento de semillas, pólenes y herramientas de cultivo,
que sirvan de apoyo a la hipótesis. Para los partidarios del Neolítico en
África, las bolsas de mijo encontradas en Tichitt (Mauritania), o las grandes
cantidades de bayas o las semillas de sandías, son pruebas suficientes. Tampoco
el hecho de que surjan por todas las partes azadas de piedra, trituradores de semillas,
picos rudimentarios para cavar, etcétera. La cuestión a debatir con los
argumentos arqueológicos ha quedado en el aire, con una especie de acuerdo
sobre lo que algunos estudiosos han denominado “Neolítico en mantillas” en el
Sáhara. Pero antes de cerrar el tema, quisiéramos añadir que existen otras
disciplinas como la Genética, la Lingüística, la Biología y la Historia del
Arte, que igualmente tienen cosas que decir. Además, existe un factor digno de
tenerse en cuenta muy especialmente, pues sin duda actuó como mecanismo
desencadenante para el alumbramiento de esa revolución: el cambio de la
climatología. Nos parece mucho menos importante la carrera para conseguir
objetos de datación más lejana, que la demostración de una necesidad y el
entorno justo para la iniciación del salto neolítico; y en ninguna otra parte
del globo terráqueo se dieron los elementos y circunstancias precisas, como en
esta probeta gigantesca que ahora llamamos el desierto del Sáhara. Un paraíso
verde, una gran demografía de cazadores-recolectores-pescadores, una rápida
subida de la temperatura y la presión de una naturaleza cada vez más árida,
exigiendo un proceso continuo de adaptación para sobrevivir.
Grabado rupestre de rinoceronte
(izquierda).Pintura rupestre de grupo de
pastores con bóvidos (derecha). Tassili N’Ajjer (Argelia)
La
climatología del globo terrestre ha sufrido periodos de cambio durante el
último millón de años –es decir, el Cuaternario- conocidos como glaciaciones.
En estas fases alternaban etapas frías y calurosas, prolongándose cientos de
milenios. A los periodos de grandes precipitaciones, conocidos como pluviales,
seguían otros con predominio de la sequedad, que afectaba tanto a la vegetación
como a las especies animales. El régimen de lluvias del África del norte,
depende de las masas de aire tropical y de los anticiclones que actúan en el
Atlántico: el de las Azores en el hemisferio norte y el de Santa Elena en el
sur. Cuando un anticiclón se sitúa frente al Sáhara, avanzan los alisios, o
vientos frescos, que se calientan a medida que marchan hacia el este abrasando
todo lo que encuentran. Cuando desapareció la masa glacial de Escandinavia,
Norteamérica y la parte más septentrional de Europa, se inició el calentamiento
de las temperaturas con un aumento del nivel de los mares de aproximadamente un
metro por siglo. Se calcula que en las costas del Atlántico frente a los Países
Bajos, el mar es ahora 120 metros más alto que en la última época glacial. A
partir de ese momento, los vientos monzónicos que aportaban las borrascas
atlánticas del norte, cambiaron su trayectoria, con un deslizamiento por encima
de la cordillera del Atlas. Lo que condenaba al territorio sahariano a una
sequía galopante. También se desviaron los vientos del sudoeste con una gran dosis
de humedad. Aunque la región antártica no parece que sufriera modificaciones
sustanciales, los hielos del sur contribuyeron también al debilitamiento de la
fase húmeda, incapaces de empujar los frentes fríos hacia el Ecuador, como
antes de la Era Glacial.
En
menor escala, las diferentes influencias que se interfieren entre sí, alteraron
los procesos naturales de precipitaciones, régimen de vientos, corrientes
marinas, temperaturas de las aguas marinas, evaporaciones, etcétera.
Resumiendo, que desde un punto teórico, la causa primordial de la desertización
del Sáhara obedecía al retroceso de los hielos. Los frentes fríos que bajaban
del norte o subían del sur, no alcanzaban ahora las regiones saharianas. Así,
al finalizar la glaciación última o de Würm, el clima húmedo comenzó a
degradarse y donde corría una red hidrográfica de unos trescientos ríos,
algunos con un caudal semejante al del Rhin o lagos de la extensión de España,
la falta de lluvia y la creciente evaporación transformaron al cabo de pocos milenios
el Sáhara verde en una región árida y sin vegetación. Tan sólo la formación
lacustre del Gran Chad, que desbordaba sus aguas en el vertedero de Rongor,
pudo resistir quedando reducido a la vigésima parte de la superficie. El resto
de los ríos, como muestra el plano realizado por una nave de la NASA, dotada de
un sistema de radar capaz de profundizar dos metros en la superficie del
desierto, solo son esqueletos de las que habían sido las corrientes vivas. Así,
en el gran arenal, únicamente es posible contabilizar unos centenares de oasis
y pozos separados por leguas de distancia. Ref.2, Ref.3. Pero las consecuencias
más dramáticas de este calentamiento de la zona y su progresiva desecación, la
sufrirían los habitantes norteafricanos. La reducción de la fertilidad de aquel
vergel privilegiado, obligó probablemente a los
cazadores-recolectores-pescadores a tomar drásticas medidas generación tras
generación. Quizás no todos los pobladores reaccionaron de igual forma, ante
una situación tan compleja como el cambio de clima, que seguramente no llegaron
a comprender. Para ellos únicamente era visible el empobrecimiento de los
pastos, los bosques, los ríos, los acuíferos, los lodazales, las plantas
impidiendo la subsistencia de los seres humanos y los animales. Además, a ello
cabe añadir la extrema diferencia de temperatura entre el día y la noche, la
carencia de lluvias y el desgaste de la naturaleza por unas arenas traídas y
llevadas por los vientos. Fue entonces cuando algunos buscaron la salvación
emigrando a cualquier parte donde fuera posible: el valle del Nilo, cuyo caudal
dependía de otro régimen climático y que para su asombro no había sido afectado
de manera sensible; el paso por el estrecho de Gibraltar al continente europeo;
la búsqueda de nuevas tierras a través del pasillo palestino en el inmenso
continente asiático, demográficamente mucho menos denso. Y otros prosiguieron
perfeccionando las técnicas productivas neolíticas, que les habían conducido a
la agricultura y la ganadería, hasta que resultó imposible su continuidad. La
creciente desertización, finalmente provocaría el éxodo masivo a partir del VI
milenio a. C., extendiendo las nuevas técnicas por grandes áreas del planeta.
No obstante, la evolución del hombre no sería de ninguna manera uniforme.
Mientras en lugares como el valle del Nilo, Siria y Mesopotamia, la aplicación
de estos conocimientos revolucionarios, conocidos como el Neolítico, fue muy
rápida, en otros puntos, se tardaron siglos en utilizar. Quedando rincones en
todos los continentes donde las sociedades paleolíticas permanecieron sin
modificar su existencia hasta nuestros días. Consumada la catástrofe, el Sáhara
guarda en sus entrañas importantes secretos sobre el pasado del hombre en
general y sobre el Neolítico en particular. Pues entre otras posibilidades de
información, nos encontramos con los primeros eslabones de una cadena, que en
10.000-8.000 años ha conducido al ser humano hasta la actual civilización. Un
rico patrimonio donde los arqueólogos han estudiado qué clase de cultura portaban
los protagonistas de esta cambio climático. Y nos refieren que el poblamiento
del Sáhara verde no era, como corresponde a región tan enorme, completamente
homogéneo.
Pintura rupestre de hipopótamos. Tassili
N’Ajjer (Argelia)
En
Kuma, historia del África negra, de
Ferrán Iniesta, se obtiene un buen panorama de la secuencia cultural de los
hombres que ocuparon el Sáhara. El Capsiense del Sáhara y la ribera
mediterránea (35.000 a. C.), daría lugar al Jartumiense (6.000 a. C.) La
desertización se produjo inicialmente entre 8.000 y 4.000 a. C., esto indujo a
que parte de la población se dirigiese hacia los cuatro puntos cardinales,
incluidos el Chad y Jartum. En esta época, el desierto líbico era ya difícil de
atravesar. El asentamiento humano antes de 6.000 a. C. en los pantanos del valle
del Nilo y en el selvático sur del Sáhara era muy difícil. Iniesta piensa que
la serpiente, el carnero, el disco solar, los cráneos deformados por vendas y
la momificación son los principales caracteres culturales saharianos,
jartumianos y pre-egipcios. La cerámica de Jartum era similar a la utilizada en
lo que hoy es Palestina y también en la costa libia (Gafsa) Ref.4. Nosotros creemos por los datos genéticos y lingüísticos que la emigración
sahariana se dirigió también hacia las islas Canarias, el pasillo palestino y
Europa, a través del estrecho de Gibraltar, Sicilia-Italia, etc., además de
hacia el sur, con más dificultad. Ref.5, Ref.6. Gentes saharianas/jartumianas
llegarían a ser la semilla de la cultura egipcia primitiva hacia el año 3.700
a. C., como indica la cultura de la ciudad de Nagada y su ámbito de influencia.
Estas mismas gentes llegarían a Sumer hacia el 2.900 a. C. y a la India hacia
el 2.250 a. C., fundando la cultura del indo y de las ciudades como Harappa y
Mohenjo-Daro.
Como
hemos dicho al principio, el Sáhara verde nos ha dejado otra herencia
maravillosa: sus dibujos y pinturas. Un registro que confirma la autenticidad
del “gran parque natural” que fue aquella inmensa extensión, muy elocuente no
sólo respecto al entorno de la fauna, sino a la vestimenta de sus habitantes,
sus adornos, su vida social, etcétera. Estas representaciones contienen búfalos
antiguos gigantes, extinguidos hace unos 6.000 años, animales del África
subtropical como el hipopótamo, los antílopes, el elefante, las jirafas, el
rinoceronte. También se representan dos clases de bueyes, el llamado ibérico de
cuernos gruesos y cortos y el africano con
la cornamenta en forma de lira. Las escenas cinegéticas a lo largo y lo
ancho de las cavernas, refugios, farallones, prueban en efecto que por aquellos
parajes hubo numerosas tribus de cazadores. En algunas pinturas rupestres se
descubre el estado de cautiverio de los rebaños, y en otros la existencia de
perros para el control de las manadas. El concepto de propiedad de las bestias
está representado por un colgante pendiendo del cuello de algunos bóvidos
representados.
En
cuanto a la agricultura, los dibujos de hombres manejando hoces autorizan a
pensar en la recolección de gramíneas. Las muchachas inclinadas parecen
dedicarse al espigueo o al arranque de vegetales. Los grupos de mujeres con
palos de cavar, sugieren la idea de un proto-cultivo masivo para el alimento de
una población muy densa. Son frecuentes los grabados de danzas y ritos de
hombres enmascarados y mujeres, posibles sacerdotisas o diosas. Quizá fue en
estas cuevas donde se fue elaborando las creencias sobre la Diosa Madre, señora
de la fecundidad, la vida y la muerte.
El
comportamiento de los figurantes, delas bestias tótem, de los que se entregan a
coitos rituales, milenios después perdurarán en las ceremonias de tipo sexual
de los santuarios de Mesopotamia, Oriente Medio, etc. El imparable proceso de
la sequía y con ello la degradación de la vida se tradujo en patéticos intentos
de reanimar las fuerzas de la naturaleza mediante demostraciones
propiciatorias. No faltan además tipos de pinturas abstractas y esquemáticas.
Son los laberintos, los discos, las cabezas zoomorfas, los trazos geométricos,
aureolas, serpientes, etc., una interpretación del cosmos y quizá del más allá
de las primeras sociedades humanas en el umbral de la civilización.
REFERENCIAS
1. Arnaiz-Villena, A., Gómez-Casado, E., Martínez-Laso , J. Populations genetics relationships between Mediterranean populations determined by HLA allele distribution and a historic perspective. Tissue Antigens, 60:111, 2002.
2. Kutzbach, y otros. Vegetation and soil feedbacks on the response of the African monsoon to orbital focusing in middle Holocene. Nature, 384:623, 1996.
3. Mc Cauley, JF., Schaber, GG. and Breed SC. Subsurface valleys and geoarchaeology of the eastern Sahara revealed by shuttle radar. Science, 218:1004, 1982.
4. Iniesta, F. Kuma, historia del África negra. Ediciones Bellaterra, Barcelona, 1998.
5. Arnáiz-Villena, A. y Alonso-García, J. The usko-mediterranean languages, en Arnáiz-Villena, A. (editor). Prehistoric Iberia: genetics, anthropology and linguistics. Ed. Kluwer-Plenum Press, 2000. Aquí.
6. Arnáiz-Villena, A. y otros. The origin of Cretan population as determined by characterization of HLA alleles. Tissue Antigens, 53:213, 1999.
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